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EL VIAJE DE LA IMAGINACION

EL VIAJE DE LA IMAGINACION

(por Claudio Valerio)


Julio Verne, uno de los escritores favoritos de los jóvenes, ha nutrido con sus novelas las fantasías de millones de adolescentes en todo el mundo. Armando José Sequera nos recuerda que, desde muy niño soñaba con el mar, con emprender largos viajes de aventuras. De hecho, cuando sólo tenía once años de edad, una mañana se escapó de su casa a galope tendido, se fue hasta el puerto de la ciudad más cercana y se embarcó como grumete en “La Coralie”, un navío que partía rumbo a la India.

El joven aventurero no pudo llegar muy lejos: En la primera escala que hizo el barco, lo estaba esperando su padre, un exitoso abogado que había decidido, sin importar para nada lo que pensara su hijo, que Julio continuara la tradición familiar y fuera abogado como él y como también lo había sido su padre, el abuelo de Julio.
Para cortar por lo sano el afán aventurero del niño y castigar la osadía de haber huido de la casa, Julio fue castigado a una dieta forzada de sólo pan y agua durante diez días y a recibir catorce azotes con un látigo delante de toda la familia.
Cuando llegó a la mitad de los azotes, el padre detuvo el castigo y le preguntó:
-¿Prometes no viajar más que con la imaginación?
El que luego sería uno de los escritores más admirados y leídos en todo el mundo, tuvo que responder que sí, que en adelante sólo viajaría con su imaginación.

Y Julio Verne dio rienda suelta a su fantasía y creatividad. Su extraordinaria imaginación fue guiando su pluma y una tras otra fueron naciendo 65 novelas que él mismo bautizaría como “Viajes Extraordinarios” . Desde su escritorio francés, se adentró por las selvas del Orinoco, dio la vuelta al mundo, penetró al centro de la tierra, recorrió el fondo de mares y océanos y hasta se trepó a la luna adelantándose cien años a los viajes espaciales.. .

El buen maestro cultiva la imaginación de sus alumnos, espolea su creatividad, les suelta las riendas de la fantasía para que galopen interminables viajes por mundos apasionantes y desconocidos. En este mundo tan materialista y frío, que ha reducido la vida a una mezcla de teleconsumo (televisión y compras), que reniega de las utopías y asfixia la esperanza, los genuinos educadores deben ejercitar contínuamente la capacidad de imaginar y soñar de sus alumnos. Soñar que es posible un mundo mejor, donde las personas volvamos a mirarnos a los ojos como hermanos y no nos veamos como rivales, amenazas o enemigos. Soñar una educación alegre y pertinente, llena de sentido, orientada a formar personas autónomas y ciudadanos responsables y solidarios. Soñar, imaginar mundos nuevos y entregarse con ilusión y tesón a hacerlos posibles. Un sueño soñado por muchos y la decisión de encarnarlo en vida, pronto comenzará a hacerse realidad. Las grandes conquistas de la humanidad,
Comenzaron siendo meros sueños utópicos de algunos visionarios.

Hubo que soñar la independencia, la libertad de los esclavos...para que luego se convirtieran en hechos, realidades.. .

Soñemos muchos con un mundo de justicia y solidaridad y será posible.

Los genuinos educadores, los militantes de la esperanza, no podemos renunciar al derecho de imaginar y de soñar, que es el más importante de todos.

Sería terrible si no pudiéramos imaginar un mundo diferente, soñar con él como proyecto y entregarnos a su construcción con alegría y esperanza. Por ello, frente al pragmatismo reduccionista y ramplón del “compro, luego existo” que trata de imponerse en estos días, levantemos nuestro “sueño, luego existo”.

Recordemos a Fernando Savater: “Si soñamos con que vamos a volar, pronto empezarán a brotarnos las alas. Volaremos algún día”.

Recordemos también a Facundo Cabral:
“Si dejamos morir nuestros sueños, seremos pobres. Si los alimentamos y avivamos, seremos ricos”.

LAS VOCES DEL SILENCIO

En su extraordinaria obra autobiográfica, "Confieso que he vivido", el gran poeta chileno Pablo Neruda, premio Nóbel de literatura, nos cuenta la anécdota del poeta andaluz Pedro Garfias, uno de los muchísimos artistas, intelectuales y obreros que debieron abandonar España tras la Guerra Civil y el triunfo de las fuerzas franquistas antidemocráticas.

Pedro Garfias vino a dar en condición de exiliado a un castillo escocés.
El dueño del castillo se la pasaba viajando y el poeta vivía prácticamente solo en ese inmenso castillo. Para hacer más soportable su soledad, acostumbraba ir todas las noches a la taberna del pueblo cercano y, como no hablaba ni una palabra de inglés ni ninguno de los clientes sabía algo de español, pasaba las horas en silencio sobre su cerveza, rumiando nostalgias y recuerdos.
Una noche, cuando ya era hora de cerrar y se estaban marchando todos los clientes, el tabernero le hizo una señal de que se quedara todavía un rato. Le sirvió y se sirvió una cerveza y así estuvieron un largo tiempo, uno junto al otro comunicando hondamente sus silencios.
Durante varios días prosiguieron este ritual de profunda comunicación, hasta que un día, Garfias no pudo contener el torrente de palabras que le brotaban desde el alma y le contó sus problemas al tabernero, quien, sin entender las palabras, estuvo escuchando y asintiendo emocionado. Cuando terminó el poeta, el tabernero asombró al amigo con palabras extrañas a los rincones más ocultos de su alma. Y siguieron durante varios días escuchándose sin entenderse, o mejor, entendiéndose más allá de las palabras, fraguando una amistad más fuerte que las barreras del idioma. Garfias consiguió visa para marcharse a México y la noche anterior a su partida estuvieron tomando y despidiéndose en palabras desconocidas hasta que la mañana dio unos tímidos golpes en la ventana.

Años más tarde, el poeta andaluz le confesaría a Neruda:
-Nunca entendí una sola palabra de lo que él me contaba, pero cuando lo escuchaba, siempre estuve seguro de que lo comprendía. Y sé que cuando yo hablaba, él también entendía lo que trataba de expresarle.

Comunicarse es abrir el alma. Con frecuencia, hablamos y hablamos pero no nos comunicamos. Hablamos y las palabras son trampas con las que nos ocultamos. Palabras devaluadas, como moneda gastada, sin valor, que corre de mano en mano.

Es el lenguaje de lo comercial, lo político, y hasta lo afectivo: palabras, palabras, palabras, sin alma, sin verdad. Palabras para atrapar, para seducir, para engañar, para dominar. Por eso, palabras tan graves como “lo juro”,
“prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo”..., encierran con frecuencia la mentira, la traición, el abandono, la soledad.

La tecnología moderna ha hecho más importante el medio que el mensaje.
Ni los celulares, ni el fax, ni el correo electrónico nos han ayudado a comunicarnos mejor.

Necesitamos comunicarnos cuando estamos lejos, pero somos incapaces de comunicarnos cuando estamos juntos. No es lo mismo hablar que decir. Algunos hablan mucho, pero no dicen nada: mera cháchara hueca, trivial. Otros, con muy pocas palabras o incluso sin palabras, expresan grandes sentimientos e ideas. Las personas hablan y hablan, pero raramente se comunican sus miedos, angustias, ilusiones...

Viven extraños en la misma casa, en la misma cama, repitiendo rituales vacíos, escuchando en silencio al televisor, el personaje más importante de la familia.

Si queremos comprender y comunicarnos con nuestros alumnos, los educadores debemos aprender a escucharlos. Escuchar sus silencios, los dolores de sus almas, los gritos de sus inseguridades y miedos. Escuchar lo que se expresa y lo que no se expresa, lo que dicen y lo que callan, los intangibles pedagógicos, lo que traen de la casa, la calle, la familia. Escuchar lo que piensan, sin decirlo, de él como maestro o profesor, de la materia, de la escuela. Saber escuchar, para saber decir, para superar las trampas de la apariencia de la comunicación.

La palabra construye realidad. Una palabra o una frase, un gesto, pueden influir sobre manera en el crecimiento o en el estancamiento de los procesos de desarrollo que vive el educando.

Educar es enseñar a escuchar el silencio para ser capaces de oír el griterío de las flores, las ásperas voces de las piedras, el rumor de las cascadas y torrentes que nos cuentan los misterios y maravillas del universo con sus labios de agua.
Escuchar el silencio como lugar para la reflexión y el pensamiento y como antídoto contra tanta palabrería y tanta información banal.
La voz del silencio se hace educativamente necesaria en un mundo tan lleno de ruidos, para así avanzar hacia un diálogo cada vez más rico y humanizador.

Escuchar el silencio como lugar fecundo y germinador de palabras verdaderas.

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