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Campamento Virtual

Del libro... Un soplo de Luz

Del libro...  Un soplo de Luz

Espectáculo

 
¿Deseáis verdaderamente trabajar para reformar la observación y la comprensión de vuestro espectáculo interior y exterior?

¿Sí?

Entonces tenéis que aceptar el ver cómo se disgrega la nueva imagen de vosotros mismos a la que estáis empezando a dar forma.

Cerrad los párpados y emprended la siguiente forma de introspección... Deseáis el bien del mundo, ciertamente..., pero ¿por qué?

Tomaos el tiempo necesario para responder sinceramente a esta pregunta.

Tal vez es para sentiros bien vosotros mismos en él, tal vez es porque no soportáis la idea de que existan injusticias, sufrimientos...

Intentad encontrar el porqué del por qué. Por ejemplo, si rehusáis la idea del sufrimiento, ¿es por amor a la luz?, ¿o es por miedo de vuestro propio posible sufrimiento?

Id hasta el fondo en la autenticidad de vuestra reflexión. No busquéis falsos pretextos. En ese caso, si sois honestos, al final de ese análisis os daréis cuenta de que... tal vez lleváis el mundo hacia vosotros mismos, hacia vuestra concepción de lo que debe o no debe ser.

Observad el itinerario interior que recorréis, identificad las excusas o las acusaciones que encontréis interiormente. Al final, cuando terminéis de viajar así por dentro de vosotros mismos, ponedle un nombre al punto de mayor deterioro que hayáis detectado en vuestra alma. Podrá ser, por ejemplo, la vanidad, el miedo de tal o cual situación, la necesidad de dominar u otras cosas.

Abrid entonces los párpados, tomad papel y lápiz y dibujad sencillamente la más hermosa flor que podáis concebir.

Esa flor es el espíritu de reparación que flotará en vuestra alma de ahora en adelante... Llevadla siempre encima.

Pausa 

 
 
Haced ahora una pausa y, con los ojos cerrados, sin crispación, sin voluntad de juzgar, tratad de determinar la naturaleza de la acusación que dirigís contra vosotros mismos. Sí, digo bien, identificad la acusación que dirigís contra vosotros, porque necesariamente hay alguna. Todo hombre, toda mujer, alimenta contra sí mismo algún tipo de ira que es la base de su sufrimiento.

Tal vez tardéis un poco en nombrarla, no importa... Cuando os aparezca su verdadero rostro, tratad de percibir la lluvia fina, ligera y fresca que caerá sobre vosotros en el silencio de vuestra alma. Será una lluvia real, y os lavará

¿Qué buscas?

Miraos durante un momento desde el interior, en el silencio de vuestra alma, con vuestras debilidades manifiestas o escondidas, con vuestras cualidades también, exteriorizadas o latentes. Miraos con integridad y con justicia. Después, haceos esta única pregunta: «¿Qué buscas?».

Haceos esta pregunta con ternura pero con insistencia, hasta el punto de escribirla en una hoja de papel y releerla todas las mañanas a lo largo de siete días seguidos. Sobre todo, no tengáis prisa por responder a ella, ni os dejéis coger en la trampa de las soluciones convencionales. En las novelas que uno se cuenta a sí mismo no se expresa el Amor verdadero, tampoco en las pseudo verdades.
 

Presencia divina

Recordad esto: la equidad interior será siempre uno de los más hermosos blasones del alma que se hace adulta.

Id a un mercado o a unos grandes almacenes a las horas de mayor afluencia, o al metro. No temáis que, mientras deambuláis por allí, os inunden durante unos momentos los ruidos y todo tipo de música. Tal vez eso os irrite... Dejad hacer, sin emitir juicio alguno..., pero sin que nazca tampoco en vosotros ese aire falsamente desprendido de los que lo ven todo desde arriba y a quienes no les concierne... Porque, precisamente, ¡os concierne!
Después de haberos sumergido en el ruido durante unos instantes, después de haber saboreado el barullo, replegad lentamente vuestra conciencia hacia el interior de vosotros mismos y tratad de percibir en ella la circulación de la corriente de la Vida.
Será como un zumbido o un silbido en el centro mismo del cráneo. Dejadlo venir suavemente, sin que intervenga la voluntad y, mientras continuáis caminando, tratad de centraros sobre su tonalidad.
Cuando os hayáis sumergido en él, intentad captar lo que tal vez os desagrada u os crispa de esa multitud que os rodea. ¿Qué pensamiento os domina al respecto? Sed conscientes de ello, pero sin pasión. Finalmente, dejad que una sonrisa ascienda desde el corazón hasta los labios y
dirigid una palabra de amor a toda esa gente que se apiña a vuestro alrededor..., a esa muchedumbre molesta, sin duda, pero de la que formáis parte.

Tomad este ejercicio como una gimnasia para el alma. Os ayudará poco a poco a tomar conciencia de la presencia divina en vosotros, es decir, a saber mejor cómo se puede estar al mismo tiempo en el mundo y fuera del mundo.
El objetivo es éste: conocerse mejor y, conociéndose mejor, percibir en sí mismo los principios del sol y de la luna, aceptarlos, y después extraer de ellos un amor consciente, nuevo.
Es una obra de lenta maduración. Sin embargo, ocurre a menudo que, después de un período de profunda labor y cuando se tiene la sensación de estar estancado, atrapado, en una palabra, de no progresar, es cuando la transmutación alquímica tiene lugar con más intensidad.

Es fácil orar en el seno de una iglesia o de un templo, pero la iglesia o el templo que la. Divinidad pide sea revelada no tiene atrio, ni coro, ni sanctasanctórum. Está presente en todas partes, lo ilumina todo.

Una verdad suprema nos dice que cada uno de nosotros está en el lugar más hermoso posible de ese templo o de esa iglesia. En realidad, en el lugar que conviene a lo más recóndito de nuestro ser.

 

El borde del camino
Haced la siguiente experiencia: Sentaos al borde de un camino, en la tranquilidad de un rincón cualquiera de la naturaleza. Cerrad los ojos, respirad suavemente y dejad que vuestro cuerpo establezca un estrecho contacto con el suelo. Experimentad ese suelo, con su tierra, su hierba, sus guijarros tal vez... Si queréis, seréis capaces de percibir lo que vive en él. No, no hablo de las sutiles fuerzas telúricas, sino de algo mucho más concreto. Hablo sencillamente de los cientos, sin duda miles de insectos, de invertebrados y de minúsculos animales que, en ese instante, alrededor y debajo de vosotros, viven en el vientre de la Tierra.

¿Os creíais solos? Pues no. Os ruego que percibáis su presencia. No que la imaginéis, sino que la sepáis ahí, concreta aunque muda.
Concentrad ahora su irradiación hacia vuestro corazón, y acogedla con palabras sencillas. Fusionaos con ese mundo de diferencias. Ofreced finalmente vuestro amor a esa presencia. Es el momento de dejar brotar del centro de vosotros mismos una fuerza afectuosa, desbordante, hacia el pequeño pueblo microscópico... y de comprender así hasta qué punto va en la misma dirección que vosotros. Entonces, entonces... brotará en vuestra alma una nueva forma de respeto.
 

El otro

Sin duda existe alguna persona en el mundo cuya presencia os resulta molesta o con quien vivís algún conflicto. Procuraos una fotografía suya o algo que la represente ante vuestros ojos y colocadla en un bello lugar de vuestra habitación. Y cada noche, antes de dormiros, depositad junto a ella el pétalo de una flor hasta formar una especie de guirnalda..., porque lo haréis durante siete días seguidos.

Llevado a cabo ese gesto, os tenderéis en la cama y, antes de dormiros, os dirigiréis a vuestra alma, a esa parte de vuestra conciencia que se escapa del cuerpo todas las noches. Pedidle claramente que vaya a visitar a esa persona con la que tenéis un problema. Pedídselo con palabras sencillas, siempre las mismas, y rogadle que vaya hacia ella con la más hermosa flor que se pueda uno imaginar. Eso es todo, amigos míos. Hacedlo con el corazón y no por pura mecánica. Así no impondréis amor, ni perdón, ni tolerancia a los gustos que son a menudo demasiado humanos; sencillamente dejaréis que hable por sí misma la ley de la Armonía...

Dios en uno mismo…y uno mismo en Dios
Y ahora... haced la experiencia de «Dios en uno mismo y uno mismo en Dios». ¡No es más que una cuestión de mirada!

Al abandonar vuestro hogar cada mañana, o al correr las cortinas de la habitación aprended una ve/ más a posar unos ojos diferentes sobre todo lo que veáis, desde el objeto más insignificante hasta los seres que encontréis. Unos ojos nuevos que toman conciencia de pronto de que todo lo que se cruza en su camino, lo que calibran, lo que someten a prueba a su modo, representa a la Divinidad en persona, a una parte de su cuerpo y a toda Su presencia. Tened en cuenta que no podéis abrir los párpados, dar un paso o inspirar un poco de aire.
 
Tratad de hacer este ejercicio durante un minuto, después durante dos, después durante cinco, sin tensión, pero con un abandono confiado en el momento presente. Finalmente esta práctica se convertirá en manera de ser. Me sorprendería que no acabara por brotar en vosotros una penetrante certeza de Unidad... Ya no sacrificaréis más. Ofreceréis.
 

Bálsamo para el alma...
Amigos míos, he aquí algo pueril. Es una especie de bálsamo para el alma cansada que se deja rozar por el desánimo. En silencio, sentados en posición de meditación, vuestra mano izquierda reposa en el suelo mientras la derecha, sobre la rodilla, tiene la palma mirando hacia el cielo.

Haced callar ahora todo deseo. Vivid una dulce espera, un sosiego, una quietud, y percibíos solamente como un punto de encuentro. Os convertís en el lugar en donde se unen las fuerzas del universo. Dejadlas respirar en vosotros. Fusionándose, están lavando vuestras células.
Después, sosegadamente, situad las manos —la derecha sobre la izquierda— en el centro del pecho, en la sede de vuestras antiguas memorias. Dejad que las manos actúen por sí mismas. Sin desear nada, sin medir vuestro tiempo. Eso será todo... ¡Ah! Una cosa más... ¡No olvidéis agradecer a quien ha venido a visitaros!
 
El puente
He aquí un práctica sencilla y hermosa.
Cada tarde, durante el tiempo que os parezca adecuado pero durante un mínimo de siete días, un poco antes de que el sueño os cierre los párpados, os dirigiréis a la parte superconsciente de vuestro ser. La que escapa de vuestro cuerpo en cuanto éste se duerme. Hablaréis a esa dimensión luminosa de vosotros mismos llamándola por un nombre que os sea querido. Un nombre secreto, perteneciente a vuestro jardín interior. Un nombre con el perfume de vuestra esencia. Le rogaréis a ese otro yo, firmemente, pero con confianza y voluntad, que vaya a visitar al «otro», a esa persona, a ese amigo con quien vivís una situación de tensión o de conflicto.  

Le encargareis que le diga frases apaciguadoras y todas las palabras que vuestra alma no se atreve tal vez a pronunciar en su presencia. Después, dejaréis hacer.
Habréis tendido así un puente para que lo mejor de vosotros mismos entre en contacto con lo mejor del otro. Pero, cuidado, no os dejéis ganar por el automatismo...
A partir de ese momento, ¡me sorprendería mucho que no floreciera nada!
 

Sombra y luz
He aquí ahora una práctica en apariencia anodina, pero de las más eficaces. Tiene por objeto combatir vuestros miedos y, al mismo tiempo, identificar un poco más vuestro funcionamiento dualista.

Cada uno, a poco que sea honesto consigo mismo, es consciente de que hay algo en él que no se articula correctamente, ¿no es cierto? Desgraciadamente no siempre conseguimos ponerle nombre a ese «algo». Sin embargo nuestra alma conoce esa o esas piezas defectuosas de nuestro rompecabezas interior. Ella bien sabe de qué padece. Percibe la forma de su mal.
Esa es la forma de la que vais a desprenderos..., pero suavemente, sin crispación.

Para ello, durante una semana, tomaréis cada día un lápiz y una hoja de papel. Después de haber cerrado los ojos durante unos instantes, dejad que vuestra mano dibuje libremente la enfermedad de vuestra conciencia. Sin tensión, sin voluntad de denunciar lo que quiera que sea. Sólo para dar forma a lo que os hiere. Lo que se os propone es una liberación, no una acusación.
Tal vez vuestro dibujo será absolutamente no figurativo, tal vez tomará la apariencia de un símbolo o de un rostro. Poco importa. Completadlo cada día, o comenzadlo de nuevo si sentís necesidad de hacerlo. Poned en ello todo el amor de que sois capaces, aunque el resultado os parezca muy feo. La verdadera obra de arte que realizáis no se encuentra en el papel, sino en vuestro corazón.
Cuando, al cabo de una semana, hayáis identificado así lo que os oxida interiormente, recoged la hoja u hojas de papel utilizadas, enrolladlas uniendo a ellas una cinta o una flor y enterradlo todo. Así ofreceréis a la Tierra vuestro estar mal. ¿Por qué? Porque ella es vuestra madre y, disolviendo todo eso, os escuchará. Cuando, al regreso, franqueéis el umbral de vuestro hogar, os sentiréis más ligeros.
Una vez identificada la sombra, la máscara de vuestras resistencias ocupará menos lugar en vuestro corazón.
 

El corcel mental
Dejadme ahora que os sugiera la siguiente práctica. Es una pieza más para añadir al edificio de vuestra reconstrucción, un método para conducir mejor el corcel de la mente.

Sentados cómodamente, cerrad los ojos y tratad de percibir el huevo de luz amarilla que engloba vuestro cuerpo. No veáis en ello un trabajo de visualización, sino de auténtica percepción, pues es una radiación que existe verdaderamente en torno a vosotros. Es la luz viviente de vuestra realidad mental.
¿Cómo la sentís? ¿De un tono amarillo pálido o, por el contrario, vivo y eléctrico? ¿Acidulado quizás, o simplemente blanquecino?
Es posible también que adivinéis en ella diferentes densidades según los lugares, incluso masas informes o manchas en ciertas zonas. Poco importa. No interpretéis. Tomaos simplemente el tiempo de experimentar todo eso... Pues «todo eso» es vuestra mente «ordinaria», la que os hace actuar y reaccionar de manera binaria, clásica y mecánicamente. Su luz refleja la dimensión de vuestro ser, cuyos conceptos han sido programados por la cultura y la educación recibidas, y también por vuestra carga genética. Es la luz-muralla de protección, es la luz-catapulta para asaltar al otro si se presenta la ocasión. Es finalmente la luz que ya no necesitaréis de ahora en adelante, porque desentona en la paleta de colores con los que queréis obsequiar a vuestra alma y al mundo.
Después, respirad profundamente y sabed que, a medida que se llenan de aire vuestros pulmones, se abre una cortina en vosotros, se rasga, se disuelve y desaparece.
Sentid en adelante cómo vuestro huevo de luz amarilla puede tomar matices dorados. Dejad que ascienda ese tono dorado, dejad que ese oro se difunda en vosotros como pequeñas olas sobre la arena. Su color, su presencia son el germen de vuestra nueva visión del mundo. Mantenedla, difundidla a vuestro alrededor. Su oro es vuestro «sí» a la mente superior.
Unios de nuevo a ella humildemente cada vez que tengáis deseos de juzgar o de condenar. Tomaréis entonces una altura y una actitud afectuosa que os sorprenderán. Haced de ello vuestro refugio frente a cualquier agresión... Es entonces cuando la agresión se convertirá en caricia porque ¡ya no seréis un muro!
(Anne Meurois-Givaudan, Daniel Meurois-Givaudan)
Feliz fin de semana almitas.... Ana Vega

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